En un momento de mi infancia leí con mucho interés uno de los relatos cortos de Edgar Allan Poe, «El Escarabajo de Oro».
Encantado por la trama de acertijos y criptogramas, tesoros escondidos y pergaminos, me catapulté a devorar cada cuento que este insigne y alocado escritor publicó. Incluso hoy en día, voy a las librerías a ver si encuentro alguna novedad o algún otro texto-publicación editorial desconocidos.
Particularmente el «Escarabajo de Oro», talismán egipcio de buena fortuna, y la escabrosa trama que debía seguirse para encontrar el deseado tesoro, se ha transformado hoy en día en un parangón de vida, donde he llegado a pensar que el verdadero tesoro, no consiste ahora en monedas y metales, como lo creí de niño, sino en un bagaje de caminos y aprendizajes que nos conducen a una preciada FELICIDAD.
Una ruta, llena de altibajos, logros y fracazos, de enseñanzas vividas al calor de la vida, en la cual se llega a comprender qué es lo que realmente importa y se hace necesario en nuestra existencia, es la que nos va a llevar por por los pasos correctos.
La enseñanza nos la deja William Legrand (personaje) quien fue bastante PERSISTENTE, constante en conseguir su meta, y que nos muestra una gran confianza en si mismo.
Es un relato muy «lindo», en comparación con sus otras obras, que nos ha dejado este curiosos bostoniano.